El laberinto de la oscuridad

    La fuga de Hasti Laatus, de sus esclavistas y de la mina fue liberador. Pero significó asumir el costo de la libertad, el acarreo de los heridos, el peso del hambre, la urgencia de la sed, la oscilación de las temperaturas, la falta de abrigo como también aceptar las diversas amenazas que se presentaban, desde el más pequeño escorpión hasta los grandes terrores desconocidos que habitan esos túneles, todo eso era nada en comparación a la necesidad y la urgencia de organizar la compañía. Quizá el desafío más grande debido a la inexistencia de una lengua común entre ellos.

    Las primeras jornadas fueron caóticas, muchos escaparon desnudos, descalzos y sin posibilidad de ver en la oscuridad. En las dos primeras jornadas de marcha avanzaron a tientas, en la oscuridad absoluta tratando de evitar los peligros como también tratando de encontrar agua, principalmente agua. Derwick tomó el rol de guiar al grupo debido a su experiencia en la montaña, a su paso detectó un pequeño canal de agua detrás de una pared. Con picos y palas, lo único que llevaban, por indicación de su guía derribaron un costado del túnel que resultó ser frágil. Dentro encontraron un hilo de agua que se deslizaba formando en el medio del habitáculo un pequeño ojo de agua, el cual fue bautizado por la compañía como el pozo de Dernwick. Allí, entre la humedad de esas paredes descansaron dos jornadas para terminar de estabilizar a los heridos aprovechando ese tiempo para comenzar a conocerse y sobre todo para saber qué contribución al grupo podía individualmente hacer cada uno de ellos, fundamentalmente para organizar la compañía. Se estableció un orden de marcha y se dividieron algunas tareas conforme la especialidad de cada integrante. Aquellos que tenían la habilidad de lanzar hechizos llegaron a la conclusión finalmente luego de discusiones e intercambios que se encontraban en una enorme zona sobre la cual existía un poderoso campo antimagia, por lo que no había posibilidad alguna de recurrir a la magia dado que está se encuentra anulada, por lo tanto su contribución estaba reducida a las tareas más básicas. Durante la última jornada de descanso los efluvios de sangre de los heridos atrajeron unos gusanos que brotaron del pozo de agua y posteriormente, por el ruido que ocasionaron defendiéndose de ellos, un drider que deambulaba por la zona arremetió contra ellos, si bien fue una contienda dura resultaron airosos. En el inframundo no tenían descanso ni paz. La jornada siguiente los encontró marchando nuevamente, en el camino el grupo fue sorprendido por unos insectos de gran tamaño, todos pudieron reaccionar a tiempo para defender, pero no así Rogar que sin mejor suerte murió. La angustia ante la oscuridad permanente a la que muchos de los integrantes no estaban acostumbrados los perturbaba impidiendo, por un lado asimilar como corresponde el deceso de un compañero, y por el otro lado, cómo encontrar un respiro ante los sucesivos codos y bifurcaciones. Las contingencias dividían al grupo en el camino que se debía seguir e impedía discernir la dirección en la cual se dirigían. En sus tantas vueltas debieron sortear extraños acontecimientos como la aparición de un humo venenoso, de más insectos hambrientos y de deslizamientos de tierra. En aquellas inmediaciones se detuvieron durante casi una jornada, debían atender los cortes en los pies de quienes iban descalzos porque dificultaban marchar en silencio, ante lo cual decidieron reposar para remediar la situación, oportunidad en la que Ralminiarrak se consolidó como el cocinero de la compañía. Con pocos instrumentos le dió otro gusto a sus comidas. La cocina de los alimentos como sopa de hongos y algún que otro roedor o criatura devolvió una sensibilidad al grupo que estaba olvidando, no sólo el gusto, sino la idea de compartir un momento. De disfrutar con el otro apesar de las circunstancias. 

    Con un gusto diferente, al menos para el paladar, emprendieron la marcha, los riscos y cornisas eran todo un desafío. No todos eran atléticos, lo que exigió en algunos tramos difíciles que tres o cuatro miembros de la compañía ayudarán a otro a superar algún obstáculo. La cueva los sumergía en su interior, poco a poco fueron conociendo sus sonidos, sus quejas y sus dolores. Sin duda la iluminación del camino con luz mágica habría sido lo ideal aunque no la mejor opción, pero no tenían otra forma de movilizarse en esa espesa oscuridad que no fuese bajo la luz de las contadas antorchas que se llevaron desde Hasti Laatus. 

    Ante sus ojos las sombras proyectadas por sus pequeñas teas se desdibujaban, escapando y engañando a la vista. En esos giros bruscos de los túneles cayeron todos en una de esas trampas de sombras, una pendiente húmeda que se volvió un gigantesco tobogán los lanzó como rocas y terminaron en un piso inferior, la estruendosa caída no debió pasar desapercibida, ya que su eco resonó y se mantuvo largo tiempo retumbando a lo lejos. Cansados y golpeados buscaron un refugio en los nuevos túneles que se abrían delante de ellos. Se detuvieron el tiempo necesario para recuperar energías, como en todas las paradas el grupo se dividió, unos buscaron alimentos, otros alguna vertiente de agua para mantener los odres llenos y otros simplemente hacían guardia. Ralminiarrak se ocupó de preparar con lo poco que tenían algo de comer, Ganric atendió a los heridos y así pasaron las horas, cada uno con una actividad. No había mucho tiempo para hablar y además no era lo aconsejable. Emprendieron la caminata con la única esperanza de no tomar un túnel de regreso a Hasti Laatus. Estaban en búsqueda de su libertad sin una dirección específica, en plena lucha por ella contra todo un ecosistema para el cual ninguno estaba preparado, en el cual las paredes rocosas los escoltaban interminablemente, ninguno excepto Derwick, quién sabía apreciar los pequeños detalles de los túneles para ubicarse. A él lo seguían y escuchaban, en cada bifurcación el esternio se frenaba, meditaba cómo continuar y las veces que no estaba convencido alertaba al grupo. Así fue cuando los guió gracias a su audición a un arroyo que bautizaron como el arroyo de la Olla, en él pudieron rellenar los odres y disfrutar de agua fresca. El tumulto que hicieron alertó a un gusano que los atacó y pudieron repeler con dificultad obligandolo a huir. Continuaron siempre en la adversidad marchando, en esta oportunidad, por diversas dificultades del camino iban por el río contra la corriente, siendo imposible reducir los sonidos debido a los gritos que necesariamente debían expresar para ayudarse mutuamente en su paso por esas aguas levemente fuertes, su posición de vulnerabilidad fue aprovechada por cuatro driders que se lanzaron sobre ellos. El combate fue cuerpo a cuerpo, aquellos que no luchaban, sujetaban a quienes lo hacían para que no fuesen arrastrados por la corriente. Luego del enfrentamiento el agotamiento los llevó a buscar reparó, pero tuvieron que tolerar el dolor hasta más allá del fin de la jornada.

    Cada paso en la inmensa oscuridad tenía un significado muy simple: vivir o morir. No podían darse el lujo de relajarse, ni aún cuando descansaban. Su carácter fue haciéndose más irascible, Ceredan, un semielfo había tornado a una posición violenta. Los nervios los llevaban a la desconcentración del entorno, permitiendo, como sucedió, que por sus espaldas reapareciese el gusano que había huido. Los reflejos de Nippur de Agrias evitaron que fuesen sorprendidos por la viscosidad del insecto y que a la postre cayeran de la angosta orilla a las aguas del canal cuyo caudal ya era más intenso. Librados del gusano, unos cien pies de gran tamaño intentaron ir por ellos, rápidamente haciendo una cadena de manos y pasaron a la otra orilla para dejarlos atrás, caudal mediante, y continuar el paso en procura de un lugar para reponerse. Terminado el descanso avanzaron por la nueva orilla, marchando sin descubrir nada diferente en ese lado, las rocas continuaban siendo las mismas que no cesaban en acompañarlos, durante alrededor de una jornada completa finalmente se detuvieron en un amplio cuenco por una serie de ruidos que escucharon, la bautizaron como la orilla siniestra. En ella se libró una de las más duras batallas. Belim, un enano descendiente de reyes, los libró del ataque de un grupo de estirges dejando su vida. Las antorchas que estaban en condiciones las utilizaron para hacer el mejor funeral a Belim PrimerTrono, Glodin Piernacero dijo unas palabras y cerró gritando a viva voz: “¡Belim que Althiof te tenga siempre en la gloria!”. 

    El silencio de aquellas voces que ya no los acompañaban, como Rogar y Belim entre otros, se iba transformando en una carga en la mente de todos. Sin otra forma de avanzar que no fuera, nuevamente, por el arroyo contra corriente, un camino duro que los llevó a descansar en los pequeños cuencos de la roca que orillaba en grupos separados. Sostuvieron esa marcha durante tres jornadas, sin luz y sin comida, guiados por Derwick. La orilla izquierda descendió abruptamente y con ella la irregularidad del lecho modificó la corriente del río subterráneo, agitándolo. Sin despegarse de la orilla lograron ascender nuevamente a un sendero paralelo al río con una nueva novedad, las enfermedades de la caverna comenzaron a afectarlos, el frío, los hongos y la fiebre se manifiestaron entre algunos de ellos. Como si fuera poco, el paso se interrumpió con unas criaturas hambrientas que se lanzaron hacia ellos en plena oscuridad. Jaxur, el cojo, Belarus y Sigfrid salieron en defensa del grupo con una valentía que no olvidarán. Su arrojo permitió buscar un lugar para descansar, pero sobre todo para darle un último reposo a Sirine, quién muy enfermo ya no podía resistir la intensidad de la travesía. Derwick propuso tomarse un descanso en honor a Sirine y buscar alimentos dado que todos estaban exhaustos, con hambre y sobre todo cansados de la oscuridad y sus secretos. 

    Luego de orar por Sirine, levantaron campamento y retomaron el camino. El agua del río corría con velocidad, ya no era ese caudal relativamente tranquilo de un principio, continuaron a su lado caminando ya sin noción de los días, todo se resumía a una mera sucesión de jornadas de largas caminatas y dificultades, algunas negativas y otras positivas, como cuando Dernwick alertó por un ruido que se fue haciendo más fuerte y se fue transformando en un sonido percibido por todos, mientras presenciaban la formación en el río de unos rápidos que tomaban gran velocidad para luego de unas vueltas largas dar finalmente con el origen del ruido, un salto de una gran catarata. El camino por la orilla de esos rápidos se transformó en una saliente, en un balcón hacía la caída de las aguas que tumultuosas elevaban su humedad. La contemplación de la caída hipnotizó a todos excepto a Belarus, quién percibió de uno de los túneles que se abrían desde el balcón a sus espaldas un ruido que se aproximaba, rápido de reflejos el guerrero se deslizó entre sus compañeros y ante el salto de una figura desde uno de los túneles le asestó un golpe mortal, limpio. El oso blanco que yacía en el suelo en esas cavernas llamó la atención de todos pero aún más las tenebrosas sombras que a la distancia se proyectaban gracias a la fuerte luminiscencia de una colonia de hongos que cubrían un largo trecho de la caverna hacía adelante. Decidiendo no molestar a las sombras encontraron en el camino que seguía a la cornisa un claro en el cual descansaron. Lo prepararon para tomar un buen descanso, aprovechando la ocasión, Ralminiarrak preparó la carne de oso y sentándose en una ronda cada uno contó su historia disfrutando un rico trozo de carne asada, sin duda un manjar muy superior a la sopa de hongos y carne de murciélago a la cual ya estaban acostumbrados. Quizá haya sido el sonido de la catarata que proporcionó una cortina a los ruidos, quizá haya sido el sabroso plato que tuvieron de comida, quizá haya sido el lugar escogido o quizá alguna otra cosa, lo cierto es que el descanso que tuvieron fue reconfortante. A la jornada siguiente se deslizaron por un túnel, del cual provenía una pequeña inundación. Atento Derwick observó el cambio de pendiente en el camino, un descenso por el margen izquierdo y un ascenso por el margen contrario. Luego de investigar y observar que por la derecha el río choca contra una pared y que al parecer caía por una catarata interna, la compañía optó por ir por el túnel en la dirección opuesta, es decir, ir pendiente abajo. En su recorrido observaron muchas cosas destruidas y al mirar arriba, por las paredes de la bóveda, vieron pasillos inalcanzables.

    El descenso por el estrecho túnel les recordó el día que escaparon apretados, desnudos, corriendo por sus vidas de los horrores de los seguidores de la quinta hija de Vania, de la Noche de los Mil Elfos, del cabalga bestias, de Hasti Laatus. Los recuerdos negativos se multiplicaban y los amedrentaban en la extensa oscuridad. El túnel los guiaba por una larga serie de curvas húmedas y sinuosas, para luego de una jornada de marcha forzada, terminar de conducirlos a un gran balcón del cual se precipitaba un abismo profundo.





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