La Noche de los Mil Elfos


Unas amarras oscuras de musgo surcaron el aire hacia los navíos que ya estaban cargando los remos. En la bodega, debajo de la línea de flotación se escuchaba crujir el casco como si rompiese huesos, prensándolos contra el fondo rocoso. Desde la planchada del buque se podía apreciar un puerto precario con una rambla de piedra y una pequeña instalación escoltada por unos pilares con marcas. A lo lejos, más allá de unas carpas tenuemente iluminadas en la proximidad del atracadero se podían ver las siluetas de cuatro o quizá seis construcciones que sobresalen por encima del asentamiento que era un poco más que rústico. La más alta era una especie de faro o torre sobre la que giraba una sombra, ante la cual un murmullo se elevó: el cabalga bestias - decían con temor. A medida que descendían los cientos de sometidos, la poca iluminación permitió apreciar esas marcas en los pilotes con mayor detalle, eran oraciones adornadas con cadenas y picas dedicadas a Khelifi, la quinta hija de Vania, diosa de la perfección, la tortura y la esclavitud, que anunciaban la entrada a un mundo de castigo y sumisión.


A latigazos descendieron y formaron filas los cautivos, y se encolumnaron detrás de las carpas, en ellas los prisioneros fueron marcados e interrogados y de acuerdo con sus habilidades fueron distribuidos conforme las necesidades de trabajos y tareas requeridas. No importaba si eran mujeres o niños o ancianos, todos podían cumplir una tarea. Glodin fue el primero en pasar por la carpa y fue enviado a una de las instalaciones que no cesaba de trabajar, la forja. Luego fue el turno de Iriador, a quién escupieron y molieron a palos para finalmente enviarlo a la mina. Siguió Dernwick que fue enviado también a la mina. El siguiente fue Nippur quién fue golpeado casi a muerte y lanzado a un pozo. Siguió Sigfrid que fue llevado para transportar agua, luego Ralminiarrak que siguió la suerte de su hermano, ser sometido, golpeado y enviado a quizá uno de los peores castigos, la mina y por último Orgald, de quién no se supo su destino. La compañía fue separada. Cada grupo fue llevado a un lugar diferente a cumplir tareas diferentes en donde debía sobrevivir de una forma diferente. El líder de la ciudad, el cabalga bestias, aquel que monta un tigre alado con alas espectrales, observaba como todos los días se repite la misma rutina: A la mañana rezar a Khelifi, cargar el odre e ir a trabajar. A la tarde, rezar a Khelifi y cargar el odre o solamente seguir trabajando.

Divididos, Ralminiarrak, Iriador y Dernwick fueron a la mina en donde se integraron a una cuadrilla. Sus capataces les alcanzaron el pico y la pala para qué como todos los demás prisioneros, extraigan el metal. Casi sin ropa, con un odre y una manta comenzaron su primer día en la mina. A media jornada un goblin se acercó a Ralminiarrak y comenzó a increparlo, el elfo estaba muy débil y no lo comprendía. La situación sorprendió a todos, comenzó a gritarle exigiéndole más velocidad con ademanes, aquellos que conocían al mago lo vieron realmente decaído. Sin importar su estado y al no haber respuesta el carcelero de turno azotó a Ralminarrak, lo hizo arrodillar a puro golpe, para que acelere su trabajo. Haciendo un gran esfuerzo, entre sangre y lágrimas, para evitar más latigazos el mago reanudó su tarea, pero no se libró de unos cuantos gritos más. Finalmente el goblin de cara ancha y rojiza se dió por satisfecho. A la hora de la distribución de comida Iriador y Dernwick se acercaron.

  • ¿Qué pasó hermano? - Inquirió Iriador.

  • Estoy bien. Sólo que al ingresar aquí he sentido una gran distorsión. La magia no funciona aquí. Creo que eso me ha afectado. Pero ya me repondré - respondió con un gesto de dolor y cansancio.


A la jornada siguiente la novedad diurna causó un alboroto, un minero de la cuadrilla vecina apareció muerto de un picazo. Lo confuso de la situación llevó a que los internos comenzaron a juntarse pidiendo por su vida, tenían miedo, pero esa pequeña revuelta fue sofocada por los guardias. Esa misma jornada, un poco más tarde, para sorpresa de Derwick, quién trajo los baldes de agua para rellenar los odres era Sigfrid. Iriador se alegró y lo saludó, ganándose una serie de largos latigazos por hablar. Mientras era duramente azotado Sigfrid comentó rápidamente a Dernwick lo que sabía. “Glodin está en la forja y Nippur en un pozo prisionero como otros tantos. Orgald no lo sé” eso repitió el esternio a los elfos. Los días comenzaron a pasar, Ralminiarrak se recuperó de los golpes pero lentamente al igual que Iriador. En la mina el trabajo era duro y peligroso, a la noche o más bien al momento del fín de la jornada algunas antorchas de la mina se cambiaban para aumentar su brillo sólo por prevención dado que de las grietas del túnel, se decía entre los esclavos, suelen aparecer problemas, criaturas hambrientas o grupos de cacería drow. Además otro de los problemas eran las peleas entre los mineros, eran muy comunes, por el agua, por el lugar de picado, por una mirada delatora y por el sometimiento diario a rendir homenaje a Khelifi. Al principio todos se resistían a orar pero la necesidad de cargar de agua al odre y descansar una hora se volvió necesario. Aquellos que desafiaban las normas eran azotados por los guardias, especialmente por el “jeton”, como le llamaron al goblin de cara ancha, a veces hasta alcanzar una muerte deseada como único camino de liberación real. La locura se estaba apoderando de la mente de todos, si es que algunos ya no lo estaban.


Comunicarse dentro de la mina era muy difícil apenas se salía de la inmediación del yacimiento. Sólo Sigfrid podía llevar la información de una manera no muy fluida pero sí, relativamente libre. En la mina se enteraban que él estaba llegando porque los guardias le gritaban siempre lo mismo cuando se acercaba a cumplir con sus tareas habituales, acercar los baldes de agua. Los guardias le gritaban: - ¡Pelele!. Así lo bautizaron como “el pelele”, como a todos, lo descalificaban, nos descalificaban, buscaban quebrar nuestro espíritu. Muchos de los antiguos prisioneros ya estaban entregados a las vejaciones. Algunos accedían a ciertos trueques por tener unos días de descanso, tener dos odres de agua o dormir dos horas más. La alienación era real e impedía una comunicación dentro de la veta. Sin embargo, Iriador y Ralminiarrak encontraron la forma de aproximarse y conocer a otros prisioneros. El primero que conocieron y que aceptó el contacto fue Salari, un gnomo de la región de Sitacia, como ellos un adorador de Soraya, con quién luego de ganar su confianza conversaban en el momento de trabajo y cantaban a Soraya. Derwick trabó amistad con Niven y Umaro. De a poco la compañía audaz fue conociendo a todos los mineros y de ellos aprendió los secretos de la mina, su historia. Contó Umaro que durante los primeros tiempos de conflicto la diosa de la magia, conocida como la Dama de Plata murió en aquel lugar, y su sangre se había convertido en ríos y su cuerpo en hierro y plata. Así que estamos en una tumba. En la tumba de la magia - dijo Ralminiarrak. Los meses pasaron y la compañía pudo sobrevivir a la esclavitud la cual día a día padecía. Conforme informaba Sigfrid, Glodin en la forja estaba haciendo espadas. Se encontraba con un grupo de enanos, también prisioneros. Nippur seguía preso en el pozo, aparentemente no muere de hambre porque unos seguidores de Kidriss a la noche se escabullen y lo alimentan y Orgald es un misterio. 


En las largas jornadas de descanso, cuando cambian las antorchas, en la mina resuenan crujidos en las paredes y estallidos provenientes del túnel, unos ocasionados por derrumbes y otros mejor no preguntar, simplemente, esperar que se alejen. En esos momentos Iriador, Raminiarrak y Derwick aprovechan para conversar con el resto de sus compañeros y con las cuadrillas vecinas para obtener la mayor información posible para, conociendo la rutina matutina de Sigfrid, darle la información y lograr una comunicación más fluida sobre los acontecimientos aprovechando que se sumaban a esa cadena sus nuevos conocidos. En respuesta a esos esfuerzos de organización por parte de los audaces de la mina, los informes de Sigfrid se mantenían: “Nippur continuaba preso en el pozo. Glodin continuaba haciendo espadas, al parecer en la forja se escucha el rumor que va a haber un sacrificio de elfos desnudos, atados de manos con espadas largas, niños y mujeres incluidos, donde se va a invocar "algo" y luego una batalla de gladiadores. Se hará un gran evento llamado la Noche de los Mil Elfos. Por mi parte - dijo Sigfrid - Me hacen luchar en la arena contra otros. Me fuerzan a matar para no morir. Reconoció con dolor y tristeza”. 


La realidad de cada miembro de la compañía audaz era diversa y poco sabían en profundidad, el hecho de lograr ponerse en contacto de forma sostenida y recolectar información les dió ánimo para resolver e intentar la fuga durante la Noche de los Mil Elfos en dirección a la mina. El pelele comentó que Glodin identificó un traidor en la forja, lo que llevó a Iriador a tomar el mensaje y estar alerta, debido que quizá había otro traidor entre los mineros, cosa que podría afectar el plan de escape. Al término de esa jornada los rugidos de los dragones aumentaron, señal de que más barcos llegaban, se trataba solamente de prisioneros elfos, la preparación de la Noche de los Mil Elfos se hizo notoria, más barcos llegaban solamente con elfos que eran lanzados y acumulados a los pozos, cientos de vida apiladas esperando el horror de la muerte. La celebración de la Noche de los Mil Elfos contó Ralminiarrak a Sigrid es un ritual dedicado a Khelifi, que recuerda la noche en que los diablos atacaron a los elfos durante tiempos anteriores. Si no me equivoco faltan tres días - dijo Ralminiarrak. Debes avisar a todos. Será nuestra única oportunidad - terminó suplicando a Sigfrid. 


Como homenaje a su diosa en esa fecha, los esclavistas fueron en busca de todos los elfos de Hasti Laatus para ofrecerlos como sacrificio. Los hicieron marchar desnudos con las manos mañadas hacia una de las más grandes construcciones, el coliseo. Todos ingresaron a la arena por el túnel. Los miembros de la forja fueron ubicados cerca del reducto, allí Glogin y el resto de los herreros pudieron comprender para quienes habían sido todas esas espadas que estuvieron fabricando, aquellos que se encontraban en las minas también fueron ubicados en el estadio. Solo quedaron ocupando los puestos de guardia muy pocos hobgoblin y muy pocos prisioneros en la mina, entre ellos Niven, Umaro y Dernwick. Había mucha expectativa en las gradas porque se trataba de un evento muy esperado. Sigfrid quedó cerca del único túnel de ingreso a la arena. Ante la señal del cabalga bestias comenzó la invocación de los diablos quienes aparecieron y sobrevolaron a los elfos. Ralminiarrak le dijo a Iriador que lo acompañe y comenzaron a entonar a viva voz una canción élfica de guerra que conmemoraba la lucha de los elfos contra los diablos. El sonido se esparció entre mil voces. Desnudos los elfos elevaron su voz suave y constante como una flecha hacía el corazón de Khelifi, enfureciendo a los diablos que se lanzaron sobre los elfos despiadadamente. Cuando los diablos atacaron al grupo que cantaba con mayor fuerza, Iriador y Ralminiarrak dieron la orden de atraparlos y sujetarlos. El diablo que se acercó a ellos fue sorprendido por docenas de elfos que saltaron con sus manos sueltas empuñando sus espadas, cayó el diablo y cientos de elfos se lanzaron sobre él. El estadio enmudeció, nunca en las veces que se realizó esta celebración había sucedido algo así. La irá del resto de los diablos se materializó en golpes mágicos sobre ese sector. Las gradas ardían con encendidos rostros de ira de los goblin y hobgoblin. Los elfos caían como hojas en otoño. No obstante, su resistencia fue tan formidable que otros diablos debieron ir a socorrer al caído. Las voces de los cantos aumentaban enajenando a los hobgoblin. La lluvia de proyectiles mágicos confirmó la reedición de la Noche de los Mil Elfos, sus explosiones vencieron la reja de la arena y una de ellas lanzó esquirlas a Glodin lanzándolo al piso. El fuego parecía animado por las voces y se precipitó por el pasillo superior e inferior y trepó por todas las paredes derribando palcos. El caos se apoderó del lugar, los prisioneros que estaban en las gradas vieron la ocasión y se rebelaron. En el momento de mayor confusión Iriador y Ralminiarrak junto a otros lograron escurrirse entre las multitudes agolpadas escapando por el reducto del estadio. En tanto Sigfrid, quién podía moverse sin inconvenientes por el interior del coliseo, entró a la sala de armas y tomó algunas, entre ellas, su bracamante, al volver al túnel principal vió la salida despejada pero del otro lado, hacia el estadio, vió a Glodin en el suelo con los ojos llenos de sangre, Orgald, milagrosamente, con él siendo amenazado por un goblin de gran tamaño que blandía su lanza. La ya ensordecedora canción de los elfos ocultó los pasos de los hermanos que venían corriendo por el túnel desde la arena y que de un salto clavaron sus espadas al enemigo y le susurraron al tiempo que caía al piso: Somos Casa de las Voces. ¡Compañeros por aquí! - gritó Sigfrid. 


El grupo que logró escapar del coliseo cruzó el asentamiento a toda velocidad. Dos guardias intentaron medirse con quien guiaba y conocía el camino más rápido hacia la mina, “el pelele”, pero en esta ocasión su bracamante respondió sediento de acción. Tomaron las armas y botas de los caídos y continuaron hacía la mina. Mientras la voz del canto de los elfos aminoraba y surgía el rugido de los dragones vieron unas sombras saliendo de un pozo. Era Nippur con sus compañeros. Sin tiempo para las introducciones se sumaron a la huida. Ante los ruidos, explosiones y cantos el centinela de la mina se distrajo y entre Dernwick, Niven y Umaro lo redujeron. Derwick, conforme al plan, comenzó a mover las rocas con que tapó el hueco de escape esperando la llegada del resto de sus amigos. 


La alarma ya había sido dada, los cazadores goblin ya estaban en plena persecución. La mina era su salvación, luego de ingresar por el pasaje lo obstruyeron como pudieron. La oscuridad al frente era abrumadora y los ruidos y chillidos en la retaguardia les daban ánimo para avanzar. Si bien es cierto que las antorchas delataban la posición, no había otra opción, debían huir. Solo existía una dirección, hacia adelante. Hacia la oscuridad.

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