Siegfried de Bahía Grande

Siegfried es hijo de una familia de pescadores oriunda de Bahía Grande. Su padre era un guerrero veterano que se había retirado luego de una vida de luchas para cuidar de su familia. Solían salir de caza junto a Siegfried y su hermano mellizo. Y aprovechaban esos momentos para aprender algunas técnicas de combate de su padre. 

El estado de sitio en Andalas, producto de la incursión de los dragones toloi, encuentra a Siegfried con la edad suficiente para alistarse en la Academia de Paladines de la ciudad de Resistencia. Sus deseos de enfrentar a los dragones y luchar por Andalas como lo hizo su padre le quitaba el sueño. Sus ganas lo llevaron a convencer a su hermano para ir juntos y luchar contra esta nueva amenaza.

Fueron duros años de entrenamiento que lamentablemente en su tramo final no terminaron de la mejor manera, dado que en la prueba final su hermano falleció luchando contra un dragón rojo. La culpa inundó a Siegfried, quién terminó abandonando la Academia. Huyó hasta Benden, donde totalmente perdido y fuera de sí, se dejo llevar por los vicios más bajos. Se entregó al alcohol y a las apuestas. Sin embargo aún en su estado, las enseñanzas de su padre respecto al código de honor afloraban cada vez que Benden era asolada por algún grupo de forajidos que aprovechaban el caos generalizado en el continente para incursionar en las ciudades libres. 

En esos momentos, y apesar de su estado, quizá movido un poco por la culpa, Siegfried no titubiava, sus ojos se encendían y salía a dar batalla para defender las puertas de Benden. Algunos lo consideraban un valiente, otros en tanto, sostenían que salía a buscar a la muerte, a desafiarla, apostando su vida. Unos pocos, los ancianos, decían que era un caso perdido, una desgracia ver una espada tan noble caer tan bajo. 

Estos comentarios no llegaban a Siegfried, y de hacerlo éste no hubiese reparado en ellos. Lo cierto es que trabó amistad con otros entusiastas defensores de la puerta de Benden. Su vínculo más estrecho fue con Toregal, ya que con él pasaban las noches deambulando por las calles hasta terminar despertando en más de una ocasión con baldasos de agua de enojadas mujeres, sino era que se encontraban totalmente embriagados durmiendo en algún establo.

Toregal le confesó que su sueño siempre fue unirse a la guardia oficial de Benden, pero el destino no lo quiso así. Porque nunca pudo evitar ir a las tavernas. Su poca disciplina impidió cumplir su sueño. También le contó sobre la leyenda de la espada de Durham. El caballero que fundó la casa de los Lirios en Laelith y derrotó a los dragones que azotaban la región hace más de cien años con el legendario bracamante. Siegfried retribuyó el gesto y le contó su historia, sobre la muerte de su hermano. Se juraron tratar de evitar el alcohol y encausar sus vidas para cumplir sus sueños.
 
Los asedios de forajidos y extrañas bestias continuaron. Y su amistad fue creciendo. Pero un día, Toregal comentó a Siegfried que lo aceptaron en la guardia de Benden. Y éste se ofendió porque no le compartió antes esa noticia. Su relación se enfrió y tomaron distancia. 

Siegfried recayó en sus vicios nuevamente con mayor intensidad y a pesar de ser una de las mejores espadas de Benden, aún así, la guardia debía de intervenir cuando se pasaba de copas para evitar quejas de los taverneros ya que era muy complicado negarle el asiento en las apuestas. 

Su frustación aumentó cuando vió a Toregal adquirir un bracamante, perfectamente balanceado, con grabados del caballero Durham del Lirio. Su enojo y culpa se profundizaron y la única forma de sacar sus sentimientos hacia afuera era desenvainando su espada. Era la forma de conectarse con lo poco que quedaba de él, quizá con lo último, con su talento. 

En el peor ataque que hubo en la ciudad durante ese año, su formidable espada reposaba sobre el heno, dura como una cuba. Ni gritos de espanto ni el fuego lo despertaron. Hasta que lo escuchó. Ese rugido que le recordó su primer sueño. Rugido por el que Siegfried juró defender Andalas hace mucho tiempo mientras entrenaba en la Academia de la Ciudad de Resistencia. Ese rugido que se llevó a su hermano. De un salto se repuso, metió la cara en un balde lleno de agua sucia e instintivamente salió al encuentro de la terrible bestia. Un gran dragón rojo se había topado con la ciudad. La había consumido. La vista era desoladora, fuego y cenizas por doquier. El grito de las madres buscando a sus hijos. La desesperación de los mutilados. Y entre los caídos Toregal, su amigo. 

Siegfried cayó de rodillas, pensó en su hermano, en Toregal. Pensó en como él, al esquivar su juramento, al caer en sus vicios, al dejar al azar hacer la peor parte, perdió su apuesta. Perdió permanentemente ante aquello que puede enfrentar, que está entrenado para enfrentarlo. Todo por no hacer nada, por emborracharse. Por huir. Por cobarde. Entre lagrimas culposas, tomó el bracamente de su amigo. Y le juró que recuperaría su honor y que dedicaría su vida a librar Andalas de los dragones.
 
La ceniza y el humo cubrieron su partida. 



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